La escasez de agua es una preocupación mundial. Los recursos hídricos se han visto afectados por el desmesurado crecimiento poblacional, los hábitos de consumo (incluyendo el aumento del consumo de carne y lácteos), además de la intensificación de la actividad económica. Argentina no es ajena a la crisis y si bien no se percibe el estrés hídrico de forma directa, es imprescindible la construcción de hábitos de consumo y la implantación de tecnología que nos preparen para el futuro.
Escasez de agua en Argentina
Para medir si hay escasez o no de agua en una región se utiliza el término
estrés hídrico, que calcula la cantidad de agua que se extrae de las fuentes subterráneas y superficiales para satisfacer la demanda con el total disponible. Esto nos permite conocer si hay un balance entre lo que se extrae y lo que hay.
Según los estudios hechos por el
World Resources Institute,
Argentina tiene un estrés de bajo a medio, lo que significa que tiene poco estrés hídrico y que tiene suficiente agua; sin embargo esto no quiere decir que está libre de todo riesgo. Al ser un gran productor de gas, si la industria sigue en crecimiento, es posible que tenga un impacto en el consumo de este recurso a menos que se tomen las medidas adecuadas para prevenirlo.
Argentina: otros desafíos
El problema del agua en Argentina no está relacionado tanto con la sequía y escasez sino con el acceso al
servicio de agua potable y el tratamiento de las aguas residuales. Asimismo, la dependencia de la naturaleza puede convertirse en un punto débil a futuro, si tenemos en cuenta el cambio climático. En argentina dependemos de la lluvia, tal cual hace 50 años aún cuando hay tecnología disponible y accesible para obtener agua de otras fuentes.
La desigualdad en torno al acceso a fuentes de agua potable es preocupante. Según los datos proveídos por la
AySA, se estima que el 15% de la población argentina no dispone de agua potable, mientras que un 40% carece de acceso a sistemas de tratamiento de aguas negras. Esto se traduce a que el 80% de las aguas residuales se devuelve a la naturaleza sin ningún tipo de tratamiento. En la
cumbre de la International Water Association hecha en Argentina en el año 2017 se promete expandir la red de saneamiento y de distribución de agua a un 100% para el año 2023.
Dicho esto, el alcance de distribución de agua potable para el área metropolitana de Buenos Aires es de más del 99%, mientras que para provincias rurales como Formosa y Chaco aún hay personas que deben hacer largos recorridos para obtener agua potable, invirtiendo tiempo y esfuerzo que podrían usarse para actividades laborales o personales. Incluso dentro de la Gran Buenos Aires existe desigualdad en la distribución de agua potable, pues en lugares como Ezeiza, Malvinas, José C. Paz e Ituzaingó la cobertura se reduce al 18%.
El saneamiento de aguas también es de suma importancia, pues la disposición inadecuada de los desechos se asocia a epidemias de enfermedades gastrointestinales, cólera, hepatitis A, poliomelitis y fiebre tifoidea, entre muchas otras que son las mayores causas de muerte infantil a nivel mundial, además de estar relacionadas a la malnutrición.
¿Cómo enfrentarnos a estos problemas?
Apenas el 10% del agua se destina al consumo humano, el resto se distribuye entre la producción industrial y la agricultura. Es por esto que es imprescindible que nuestros esfuerzos para enfrentar la escasez de agua se enfoquen en estos 3 aspectos. Se debe exigir a la administración pública y a la industria la i
nversión en tecnologías que produzcan agua de formas no convencionales: plantas desanilizadoras que aprovechen el agua de mar para la agricultura, por ejemplo. España se ha convertido en pionera en este aspecto, mientras que países como Dubai están en camino a liberarse de la dependencia a otros países a los que les debe comprar alimentos con el uso de estas tecnologías.
Otra forma de presionar a la industria es
limitar y reducir el consumo de carnes y lácteos. Se requieren unos 150 litros de agua para producir un kilo de tomates, mientras que para producir un kilo de carne de res se requieren 15 mil litros. La relación es simple: la inmensa mayoría del agua consumida a nivel mundial está destinada al regadío de cultivos para el alimento del ganado. A mayor consumo de carne, se aumenta la producción de la misma y se requiere más agua.
Otra forma de enfrentarse a la escasez de agua es el
uso y almacenaje eficiente de agua potable en zonas donde no hay acceso al servicio de acueductos. El uso de tanques de almacenamiento elaborados en materiales modernos, resistentes y que frenen el desarrollo bacterial puede ser la respuesta para que la familia tenga una acceso seguro y adecuado al agua potable. Invertir en un taque de agua puede mejorar exponencialmente la calidad de vida de un grupo familiar y garantizar sus condiciones sanitarias.
Otro punto fundamental está relacionado con el
saneamiento y aprovechamiento de las aguas residuales. Con la instalación de soluciones ecológicas, como los
Biodigestores Rotoplas, sería posible procesar los efluentes cloacales para transformarlos en agua de riego y abono de forma sostenible. Además, se evitaría contaminar las fuentes de agua naturales. En nuestras manos está hacer un impacto real y en distintos ámbitos, lo importante es contar con la información y la educación orientada al cambio de hábitos y transformación de nuestro entorno.